Prefería
imaginar. De eso sabía mucho. Construía una vida detrás de la mirada de
cualquiera en tan sólo un instante. Miradas de madres, efebos, profesores e
incluso maridos que albergaban amantes secretos, juegos inconfesables, lecturas
de Jane Austen o del Mundo Deportivo. El transporte público, la sala de espera
o las conversaciones yermas suscitaban en un nuestro protagonista la torpe evasión
de una mirada sucinta.
En
la terraza de un bar de un día cualquiera, aborrecido de una conversación manifiestamente
petulante, se dejó diluir por su capacidad evasiva hasta tal punto que dibujó
durante horas una mueca de cretino. La conversación de los colegas disminuyó de
volumen al conceder permiso a su íntimo juego.
-¡Oye! No pareces estar en este mundo.- Exclamó una chica que hacía tiempo lo estaba contemplando.
-¿Eh?
Perdona. No te he escuchado.-
De repente se dio cuenta de que la chica que trabajaba en el peep show más inmundo de su imaginación, del cual tuvo que huir por trato de blancas, le había dirigido la palabra. Estaba tan nervioso que no podía ni articular palabra pero demasiado acostumbrado al parecer más bobo de lo que realmente era.
-Estaba diciendo que parece que no estés escuchando la conversación. – Volvió a interrumpir ella.
-No
estaba escuchando. Perdona. –
En
vez de hablar de cualquier cosa como habría hecho cualquier chaval de su edad
con la simple esperanza de echar un casquete, estuvo toda la noche imaginando
cómo hubiese sido compartir alcoba con la ex-stripper que se le acercó a
hablar.