15 jul 2013

Mi amigo Teo


Un niño que se pelea por testarudo con su padre, va a la orilla de aquella pequeña cala para hacer rebotar las piedras. Tira una tras otra, quizás porque ya tiene la sabiduría de que las piedras no se quejan, y así se le va pasando el enfado.

La presencia de otro niño le hace olvidar las piedras y todo lo demás, al ver que éste, empieza a jugar con su pequeña barquita, aquella en la que su padre le enseñó hace poco a remar.

-¿Te dejan remar?- Le pregunta el niño.

-Nunca he subido en una barca.- Contestó el segundo.

A eso que ni corto ni perezoso, se dirige éste a la madre de su nuevo amigo para concederle el permiso, a lo que ésta, contestó, que si él mismo no lo acompañaba sabiéndolo su padre, no le dejaría.

Los trámites fueron complicados pero al fin consiguieron su propósito y, como niño de pueblo pescador, que coge su barquita como en mi pueblo se coge la bici, decide llevarse a su amigo a surcar las aguas de Cadaqués.

-¡Teo!, ¡Hasta la boya y volvéis!, ¿eh?- Gritaba el padre desde la orilla.

Pero  como ya se sabe, uno siempre quiere mostrar lo mejor de sí, ante los ojos atentos de un niño medio inglés medio catalán, que con su burbuja colocada por si se terciara un naufragio inesperado, miraba excitado las habilidades de ese mequetrefe, que se manejaba mejor en la barca que con los mandados de su padre.

Fueron hasta la boya, pasaron la boya, pasaron las barcas de detrás de la boya como también pasaron la distancia desde la cual toda la cala, de reojo, había perdido la vista en aquellos dos niños de cinco años.

La madre inglesa del niño de la burbuja fue en busca del padre de Teo, y éste, con un ademán de hombre que también está sufriendo un  poco pero, que no quiere que se le note porque en realidad quería ligársela, se dispone a entrar en el agua para ir nadando en busca de ellos.

Antes de que éste estuviera en el agua, surgieron de entre las barcas como una aparición, y es que, la policía nacional, los había remolcado, al sorprenderse de tal estampa.

Los bañistas reprimieron el aplauso, como la madre del niño de la burbuja reprimió un cachetón. Después de que las abuelas de la playa manifestaran sus opiniones en voz alta, después de que el padre del niño tuviera un motivo para acercarse a la madre del niño de la burbuja, el niño de la burbuja nunca olvidará que en Cadaqués conoció a un Teo que le enseñó como era el mar.