Un niño que se pelea por testarudo con su
padre, va a la orilla de aquella pequeña cala para hacer rebotar las piedras. Tira
una tras otra, quizás porque ya tiene la sabiduría de que las piedras no se
quejan, y así se le va pasando el enfado.
La presencia de otro niño le hace olvidar las
piedras y todo lo demás, al ver que éste, empieza a jugar con su pequeña barquita,
aquella en la que su padre le enseñó hace poco a remar.
-¿Te dejan remar?- Le pregunta el niño.
-Nunca he subido en una barca.- Contestó el
segundo.
A eso que ni corto ni perezoso, se dirige
éste a la madre de su nuevo amigo para concederle el permiso, a lo que ésta,
contestó, que si él mismo no lo acompañaba sabiéndolo su padre, no le dejaría.
Los trámites fueron complicados pero al fin consiguieron
su propósito y, como niño de pueblo pescador, que coge su barquita como en mi
pueblo se coge la bici, decide llevarse a su amigo a surcar las aguas de
Cadaqués.
-¡Teo!, ¡Hasta la boya y volvéis!, ¿eh?-
Gritaba el padre desde la orilla.
Pero
como ya se sabe, uno siempre quiere mostrar lo mejor de sí, ante los
ojos atentos de un niño medio inglés medio catalán, que con su burbuja colocada
por si se terciara un naufragio inesperado, miraba excitado las habilidades de
ese mequetrefe, que se manejaba mejor en la barca que con los mandados de su
padre.
Fueron hasta la boya, pasaron la boya, pasaron
las barcas de detrás de la boya como también pasaron la distancia desde la cual
toda la cala, de reojo, había perdido la vista en aquellos dos niños de cinco
años.
La madre inglesa del niño de la burbuja fue
en busca del padre de Teo, y éste, con un ademán de hombre que también está sufriendo
un poco pero, que no quiere que se le
note porque en realidad quería ligársela, se dispone a entrar en el agua para
ir nadando en busca de ellos.
Antes de que éste estuviera en el agua,
surgieron de entre las barcas como una aparición, y es que, la policía nacional,
los había remolcado, al sorprenderse de tal estampa.
Los bañistas reprimieron el aplauso, como la madre
del niño de la burbuja reprimió un cachetón. Después de que las abuelas de la
playa manifestaran sus opiniones en voz alta, después de que el padre del niño
tuviera un motivo para acercarse a la madre del niño de la burbuja, el niño de
la burbuja nunca olvidará que en Cadaqués conoció a un Teo que le enseñó como
era el mar.