La conversación era
escatológica. Por supuesto, no estaba relacionada con la escatología cristiana.
Aunque, pensándolo mejor, quizás todo tenga alguna relación oculta, o
etimológica.
Uno de los comensales empezó
a hablar del tránsito intestinal en época vacacional, y no, no se habló precisamente
de yogures. Entre risas, muecas de asco y caras que se cubrían con una mano,
uno de los comensales empezó a relatar dos de sus periplos intestinales más
triunfales.
Después de excursiones infinitas,
afirmó concluir la visita en una iglesia. Los servicios del recinto eran
grandes, limpios y con puertas que llegaban hasta el suelo. Motivos todos ellos
suficientes para desahogar su íntimo vía crucis. San Ignacio de Loyola. Afirmó
el comensal repetidas veces, sorprendido de recordar el nombre de un
emplazamiento que parecía haber olvidado. El relato empezó a hilar un vínculo
peculiar cuando confesó haber tenido otra desesperada urgencia, nada más y nada
menos, que en el Vaticano.
-¡Chico! ¡Te da por cagar
siempre en las iglesias!- Exclamó una voz del corrillo.
El estruendo de risotadas fue
descomunal.
La cara de asombro del
narrador un poema.
Quizás la transgresión de un
conservador con alma punk.