23 ago 2011

Expresionismo Abstracto


El fucsia le fascinaba. Era temprana su edad pero inmenso el placer que le producía vislumbrar cualquier objeto que se presentara en tan excitante color. Rotuladores, vestidos, muñecos, dibujos… La visión de todos ellos encendía dentro de su ser, precisamente, un instante en que podía salirse de él. Pequeña para detectar la impuesta definición de una felicidad galopante, permanecía unos segundos deleitando en lo más íntimo de su cuerpecito lo absoluto de un color que, ahora, no ha vuelto a encontrar ni en las piezas más fascinantes de un Rothko. Se hizo mayor y con ella sus refugios. El fucsia se desvaneció de su memoria durante los años siguientes. Una noche, entre música, risas y poesía autocomplaciente, la ahora convertida en una adolescente neorromántica entró en el baño al despertarse en ella un sudor impropio. Cerró la puerta del baño medio desvanecida, se miró en el reflejo de un espejo mugriento mientras una gran arcada la dobló hacia el retrete. De su boca empezó a salir un fluido extraño. Cuando logró abrir los ojos de tan dificultoso esfuerzo se percató que todo el baño estaba inundado de color fucsia. Se sentó en el suelo para poder contemplar su dripping monocromo hasta que llegó a la conclusión;
-Que extraña interpretación ha hecho de mi misma  este cartoncito de color marrón.