3 sept 2011

La puta realidad

Ramiro era un tipo duro. Calado de misoginia se mostraba ante sus amigos como l’enfant terrible que todos querían llegar a ser. Su bohemia le desplazó hacia una nueva rutina. Se levantaba hacia las tres y escribía, pero no tanto, como para despreciar una noche sin alcohol y sexo. Nunca tuvo problemas para ligar, a diferencia de su gran amigo Simón, con quién lamentaba a menudo, entre copas y algo más, la execrable condición del género femenino. Después de una madrugada avezada a numerosos polvos, llamados por el mismo protagonista, de calidad, se vistió apresurado para el encuentro con su fiel amigo. Después de todo, seguro que perdonaría su retraso al comentarle cuantas mujeres distintas habían chupado su polla esa noche.  Con actitud chulesca entró en el bar donde Simón ya estaba sorbiendo su café con leche. De repente se percató que la mirada de su amigo permanecía perdida ante tan excitante épica del fast love.  ¿Qué estaba fallando en su relato si incluso había descrito con más pelos que señales como su ser salió por tan prieto culo? Pobre idiota, pensó, todo lo por mi vívido se convierte en material de ficción para su onanismo eterno. En la mesa vibró un móvil que le hizo recordar la cantidad de juguetes distintos que tenía esa puta. Velozmente, Simón se acercó a la vista el teléfono mientras se dibujaba en su boca una pequeña sonrisa. ¿Quién es? Preguntó Ramiro. Otra peruana que quiere sacarte el sueldo. Se contestó. No conocía la mirada de su amigo, que incluso siendo un poco boba, le heló la sangre.
-¡Enamorado!, solo me faltaba eso. ¡Solo me faltaba aguantar a otro de estos capullos enamorado!
Quizás había gritando un poco más de la cuenta al percatarse que todo el bar lo estaba mirando. Su amigo, se limitó a dejar unas cuantas monedas en la mesa, y se fue.
-¡Ya volverás cuando esa puta te traicione, ya volverás cuando esa puta se folle a tu primo, ya volverás cuando esa puta te parta el corazón, ya volverás cuando no puedas amar por culpa de esa puta!
Y de repente, se dio cuenta que en  ese  bar inmundo estaba llorando sin poder recordar la última vez que no pudo contener una emoción, y el semen no cuenta.