Mario ha sido canguro de
peques, de adultos, y ahora de gatos, aunque no siempre en ese orden. Todos se
quejan, -pensó-, porque se sienten solos, y además, tú eres la mano extraña que
no esperan pero a la que se resignan por un poco de cariño, quizás.
Al entrar en el piso del gato, una señora muy mayor le advirtió que ella no quería subir por el ascensor. Sin poder casi ni andar, ésta, se dispuso a poner el pie en el primer escalón cuando se percató que Mario permanecía inmóvil velando por ella.
-¿Está usted segura que no
quiere subir conmigo?-Preguntó él.
-Segura.-Respondió la anciana.
Pero ésta, al ver que Mario no
cesaba de vigilar el manejo más que insuficiente se su cuerpo, se detuvo.
-¡Ya cojo el ascensor para que
no sufras!-Afirmó ella. (Momento en el que Mario olió su aliento a alcohol)
-Vivir al límite a veces trae
consecuencias. -Respondió Mario acto seguido de arrepentirse de una broma que
quizás estaba de más.
Una vez dentro, ella le comentó
su voluntad de hacer ejercicio. Estaba sola en casa porque su cuidadora estaba
de vacaciones.
Hubo un silencio. Llegaron al
primer piso.
-¡Qué tenga un buen día señora!
¡Hasta otra!-Le dijo Mario.
-¡Hasta otra guapito!-Respondió
ella.
Mario se dispuso a entrar en el
ático donde hacía de canguro de gato. Se sintió mal al pensar que en el primero había una
mujer sola, aunque pensándolo mejor, el único que no estaba solo era el gato.