Hay una cama en la entrada. Está postrada en la
pared de un edificio blanco y rotundo. Está desecha, hay mantas viejas y algún
cojín roído. Una niña me pregunta si es en esa cama donde yo duermo. Me quedo
perpleja. Le afirmo con la cabeza. Me pregunta como hago para subir en ella y le
contesto que tengo una escalera guardada en un armario muy grande. No sé si me
cree pero sonrío. Caminando hacia algún lugar vuelve este pensamiento. Una cama
desecha sería el mejor lugar. Lástima que esa es de hospital o de orfanato o de
sanatorio. Al fin y al cabo, las camas sanan, todas ellas de algún modo. Lugar
de sueño o vigilia, de amor o llanto, de enfermedad o muerte, y así siempre.
Espacio donde la intimidad cobra una gravedad trascendente, como el título de la instalación
a la que me refiero. Despertar súbito.
10 sept 2014
9 sept 2014
First Fires
Parece ser que todo vuelve a empezar. Vuelven a
aparecer momentos pasados convertidos en pequeñeces. Aquellos fantasmas ocultos
debajo de la cama resultan hoy visones empobrecidas por el tiempo, que todo lo
transforma, que todo lo destruye, o casi.
Parece ser que un nuevo viento vuelve a soplar desde
una pequeña ventana que da a un patio. Interior. Nuevas preguntas acontecen sin
someter el dolor, la pesadumbre o el desvarío. La melancolía nace de un lugar
nuevo, del lugar donde las palabras no son más que el cadáver exquisito de una
página más. De un párrafo más. De una frase más. De una palabra más. De una
letra de más. Hacia la conquista de lo inútil se renueva la osadía.
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