Entras en un colmado.
Empiezas a llenar el cesto de comida mirando de reojo a las personas que reponen
el género. Las manos empiezan a sudar cuando te acercas a la caja. Has estado
haciendo miradas extrañas a cada uno de los trabajadores, porque lo que
realmente quieres no está visible en ninguno de los rincones de esa inmunda
tienda. Llega el momento de pagar, pero en tu cesto aun no está aquello por lo
que realmente has venido. Delante del mostrador te precipitas al vacío.
-Quiero jamón pa mi yerno.
Esa es la clave clandestina que
te han confiado. Después de dos segundos de silencio, una persona me acompaña a
otra habitación. Podríamos pensar que lo que espera en la trastienda son
medicinas ilegales pero lo que encuentro son cajas y cajas de caros perfumes.
Elijo mi regalo, pago y me voy, sintiendo como si me hubiera hecho con un frasco
de ginebra en la época de la ley seca. Pero en vez de alcohol para evadirse tengo
un perfume que no es precisamente pa mi yerno. ¿Quién debió inventar esa clave
tan excéntrica? Imagino que fue fruto de la sabiduría popular. Esa, que lleva a
las abuelas a taparse el peinado con una bolsa de plástico cuando llueve o a
pedir jamón cuando en realidad quieren un perfume para su nieta.