La mesa estaba servida. El
aburrimiento también. La comida se le
antojó deliciosa. Todo parecía ir bien. Salió a fumar dejando los comensales
atrás. Hacía tiempo que no veía las estrellas. Era una noche especial aunque
todo parecía normal. Un trago de vino, una calada y la inmensidad encima de su
cabeza. Vislumbraba unas calles sin un alma desde lo alto, mientras oía las
horas tocar. Hora de irse. Salir a la calle. Coger el coche. Ser copiloto de
otra persona bebida. Los semáforos retomaron viejas conversaciones. Las mismas
que florecen cuando el vino dirige una verdad velada. Disimuló las lágrimas
pero no la tristeza. Eligió las palabras para no herir. El recorrido llegó a su
fin. Bajó del coche. Buscó las llaves. Abrió la puerta. Encendió la luz. Había
carmín en las llaves, en sus manos, en el bolsillo, en los papeles. El
pintalabios se ha roto. El carmín lo impregna todo.